El origen y definición de las aguas mineromedicinales ha sido siempre motivo de diversas hipótesis. La OMS, en 1969, define Agua Mineral Natural como toda agua bacteriológicamente incontaminada que, procedente de una fuente subterránea natural o perforada, contiene una determinada mineralización y puede inducir efectos favorables para la salud debiendo estar así reconocido por la autoridad competente del país de origen. Las aguas mineromedicinales surgen de lugares especiales relacionados con quebraduras del terreno denominadas fallas o fracturas. Los balnearios con aguas muy calientes suelen estar ubicados en lugares con substrato rocoso compacto, resquebrajado por abundantes fallas que permiten la ascensión relativamente rápida de las aguas poco profundas, impidiendo de esta forma su enfriamiento (Bel y Martínez, 1995).&
La elevada temperatura de algunas fuentes termales ha sido objeto de curiosidad desde la antigüedad. El primero que intenta explicarlo es Aristóteles, quien considera que el origen del calor natural de las aguas se debe al calor que penetra en el interior del globo y se fija como un fogón a una lente. Este calor, que se acumula incesantemente, es absorbido por el agua de las fuentes situadas en la profundidad de la tierra, perdiéndola en parte al llegar a la superficie (Oró, 1996). Gran parte de las captaciones termales suelen proceder de profundidades superiores a los dos mil metros. Es la profundidad lo que explica dos de las características fundamentales de las aguas mineromedicinales: la estabilidad de sus propiedades químicas y la regularidad constante del caudal de afloramiento (Bel y Martínez, 1995). Tal estabilidad química se explica por la lenta y continua impregnación durante años de las sustancias minerales de cada capa rocosa que atraviesa. La antigüedad explica también la regularidad del afloramiento, en la medida en que no es afectado por las perturbaciones estacionales o anuales que se producen en la superficie. Son pues aguas fósiles cuya edad de origen puede remontarse varios cientos de miles de años (Bel y Martínez, 1995).
La crenoterapia actúa sobre el organismo favoreciendo la homeostasis endocrina y metabólica. Contribuye con ello a exaltar los mecanismos de defensa, equilibrio y adaptación orgánica. El agua es el regulador fisiológico universal, y por ello las curas termales constituyen terapias profundamente naturales (San José, 1996). La capacidad curativa depende de la composición química de sus aguas. Se pueden clasificar en (Rus, 1994; Bel y Martínez, 1995; ITGE, 1992; San José, 1996; Guía, 1996; San Martín, 1999):
– Aguas sulfatadas: la sales disueltas son principalmente sulfatos (SO4). La absorción de azufre bivalente a través de la piel produce un enriquecimiento del mismo en las estructuras articulares, mejora la vascularización interviniendo en procesos de oxidación-reducción y forzando el tropismo tisular. Su mineralización es elevada y su sabor amargo. Suelen ser utilizadas como laxantes, diuréticas, en alteraciones intestinales y gastritis.
– Aguas Cloruradas: Sus sales principales son cloruros (Cl). Suelen provenir de una circulación profunda por las capas de sal de períodos geológicos muy antiguos. Aumentan las defensas de la piel y se utilizan en alteraciones ginecológicas, lesiones musculares, traumatismo óseo y como estimuladoras de la función gástrica, hepática y biliar.
– Aguas bicarbonatadas: Presentan en su composición bicarbonatos que pueden ser cálcicos o sódicos. Las aguas bicarbonatadas cálcicas tienen una agradable ingestión y se utilizan en procesos digestivos. La mayor parte de las aguas embotelladas son bicarbonatadas cálcicas y su origen procede de la penetración de las aguas por capas de rocas sedimentarias con una alta proporción de caliza. Las bicarbonatadas sódicas tienen un origen distinto. Están relacionadas con fenómenos volcánicos recientes y presentan frecuentemente gas carbónico en su composición, el cual le confiere ese paladar singular. Se emplean también como agua de mesa y se utilizan en afecciones gástricas, hepáticas y renales.
– Aguas Ferruginosas: Tienen alto contenido en hierro, fruto de la penetración de las aguas por terrenos que presentan vetas, filones o manchas de rocas ricas en este mineral. Están indicadas en casos de anemia, trastornos del crecimiento, obesidad y regímenes de adelgazamiento.
– Aguas Radiactivas: Son poco frecuentes. Proceden de zonas muy profundas en contacto con materiales geológicos muy antiguos, generalmente intrusivos. Los componentes de litio, cobalto, níquel, radio, etc, en cantidades muy pequeñas, están indicados en tratamientos para combatir el estrés, la ansiedad, la depresión y alteraciones nerviosas. También para artropatías reumáticas, afecciones musculares, afecciones ginecológicas no tuberculosas ni tumorales, dermatosis (eczemas, psoriasis). Favorecen la producción de hormonas de la corteza suprarrenal y las gónadas.
Las aguas minero-medicinales no se presentan casi nunca en estado puro, sino que se encuentran mezcladas, en distinta proporción de varios de estos grupos. Ello explica su acción polivalente ante diversos tipos de problemas de salud. Otro factor para entender la globalidad de los efectos beneficiosos sobre la salud es la climatología y el entorno que rodea al propio balneario. Los que están ubicados en zonas de montaña, tienen clima tónico y estimulante, indicado principalmente para afecciones respiratorias, pero no son recomendables para personas con patología cardiaca. Los de altitud media o baja (por debajo de los 400 metros sobre el nivel del mar) presentan un clima menos cambiante y más suave, apto en principio para cualquier persona o enfermedad.
Lo que sí resulta evidente es que la terapia balnearia es efectiva en la reducción de los dolores osteoarticulares y mejora la función articular, además de mejorar la calidad de vida física y psíquica, mejora la flexibilidad, reduce la ansiedad y depresión e incrementa la autoestima (Cherkin, D, 1998; Constant, F, 1998).
Los autores de la antigüedad reconocían también que para determinadas enfermedades los baños o la bebida de agua mineral podría ser desaconsejable, si no perjudicial. La hidrología moderna considera que cuando las aguas minerales son utilizadas en enfermedades incurables por su naturaleza, o por el grado al que han evolucionado, éstas redoblan su actividad. Cuando se recurre a las aguas minerales en una enfermedad crónica grave, en un momento demasiado avanzado, no se hace más que apresurar su término, cuando en una época más oportuna hubiera podido contribuir a detener, o al menos ralentizar, la marcha del proceso. No obstante la contraindicación de las aguas minerales en las enfermedades en apariencia incurables, no es absoluta (Oró, 1996).
En líneas generales, las aguas minerales no deben aplicarse en las enfermedades agudas ni frente a los fenómenos de reagudización en el transcurso de enfermedades crónicas. En ocasiones se producen problemas provocados, no porque el agua esté contraindicada para tal enfermedad, sino por el abuso que se hace de las aguas cuando son utilizadas sin dirección facultativa. El abuso más frecuente se produce en la ingestión excesiva de agua de agradable sabor. El abuso de los baños se da con la prolongación de la inmersión o con la temperatura excesiva del agua, o con la concentración mayor de minerales.
En algunos países de Europa, donde «tomar las aguas» es una tradición nacional, como nos comenta Cockerell (1996) respecto de Alemania, Francia e Italia, el tratamiento termal se contempla entre las prestaciones del Sistema Sanitario. En otros países europeos, como España, esta posibilidad no se da, aunque contamos con el IMSERSO como financiador de estancias en balnearios para los mayores, aunque con un objetivo más social que sanitario (IMSERSO, 1996). En Estados Unidos se considera un lujo (Cherkin, D, 1998).

